Del dolor y la dicha
Vivimos en una sociedad que nos miente, alentando la idea de que la vida se basa en la felicidad. Haciéndonos creer que el consumo de productos, actividades, trabajos, nos pueden mantener alejados del dolor, del vacío y de la carencia. Pero hay que recordar una verdad olvidada: “Dolor y placer están intrínsecamente ligados”. Entretejidos, como el hilo de las Moiras, guardando una relación estrecha y fina, de vida, muerte, placer y pena.
Las grandes cosas de la vida los contienen, el amor, por ejemplo, es una mezcla constante de ambos. Una pérdida dolorosa solo puede serlo tras un periodo de enorme dicha. Sufrir tras una muerte sucede solo porque atesorabas a la persona. Y yendo al lado de los placeres, el disfrute surge por lo efímero, solo porque sabes que en algún momento terminará, trayendo dolor. Una dicha infinita carecería de sentido, se volvería monotonía; así como un dolor cristalizado se vuelve enfermedad. Este constante caminar pisando la sombra y el sol es inevitable.
Ni un hedonista se escapa.
Porque solo quién ha sentido un dolor profundo, la quemazón en el pecho, los sentidos desorientados, las lágrimas en libertad, es quién desea arduamente alejarse de él. Sencillamente porque no puedes escapar de aquello que no sabes que existe. Solo después de experimentar un gran pesar es que, en el futuro, vemos las banderas rojas que nos alertan de su inmediatez.
Pero no caigamos en la trampa, el mismo evadir causa dolor. Nos obliga a poner un velo frente a la realidad, condenándonos a una media vida, sin completo dolor, pero sin total dicha. La vida tiene más riqueza cuando vulneras la barrera. Cuando tomas las tijeras de la cómoda y con peligro de cortarte, te atreves a hacerle un agujero al velo, revelando todos los colores antes opacos, que ahora aparecen brillantes, alcanzables. Comprendiendo por fin el equilibrio ineludible.